Nuevas masculinidades
Normas sociales
e identidad
Los cambios protagonizados por las mujeres en la
organización de nuestra sociedad a nivel laboral, educativo, cultural y
familiar respecto a la España de hace 50 años, se diría que son favorables para
el avance en el camino hacia una sociedad más justa e igualitaria. Sin embargo,
esta transformación en el papel de la mujer y su progresiva incorporación en
ámbitos tradicionalmente masculinos no se está viendo acompañada por una
asunción paralela de los hombres a las funciones tradicionalmente femeninas.
Y para la consecución de una sociedad más justa, junto
a los cambios protagonizados por las mujeres, se hace necesaria la
participación e implicación de los hombres.
La primera tarea pasaría por desmontar normas sociales
asumidas por todos y que perpetúan la desigualdad. Por ejemplo, la idea
preconcebida de que es la mujer quien debe hacerse cargo de las tareas de
cuidado, y otros patrones socioculturales de conducta en función del sexo que
relegan a la mujer al ámbito doméstico y a los hombres al ámbito público,
favoreciendo así la violencia contra las mujeres y la feminización de la
pobreza.
Esta norma es, obviamente, implícita, y queremos creer
que en periodo de extinción, si bien la realidad es aplastante. Se nos vende a
las mujeres la idea de que somos libres de trabajar fuera del hogar, que
compartir los cuidados de la prole debe ser igualitario, que las nuevas
masculinidades compartirán la crianza en la medida en que incorporemos el uso
del biberón, pero la realidad es bien distinta. No sólo nuestras entrañas nos
piden criar de manera instintiva, con pecho, con apego, con presencia, con
disposición, sino que además aún cuando nuestra pareja sea algo más que un
hombre dispuesto a dar un biberón, o limpiar un baño, seguirá sin ser
suficiente, porque nos falta una tribu entera, una sociedad que valore el
trabajo del cuidado y la crianza, que asuma la norma social de que a una mujer
en etapa de crianza se la debe valorar.
Así, ciertamente la norma social
implícita que espera que sea la mujer quien lleve a cabo las tareas de cuidado,
debe ser sustituida, pero no a favor de una mayor liberación ficticia de la
mujer, sino en busca de una co-responsabilidad de la sociedad entera.
Sin embargo, a pesar de la realidad expuesta, sí es
cierto que va aumentando el consenso social sobre la aceptación del derecho de
las mujeres a la igualdad. Se reconoce la necesidad y la conveniencia de que
los hombres participen más asumiendo obligaciones y adoptando posiciones más
igualitarias y libres de sexismo en sus vidas. De momento a nivel teórico.
En este camino podemos empezar a vislumbrar algunas
nuevas normas sociales ligadas a las nuevas masculinidades, como aquella que
considera oportuna y deseable la presencia del padre en el nacimiento de su
hijo y que puede llegar a tachar de “anormal” la conducta de un padre que no
desee estar presente. No hace tanto un parto era cosa de mujeres…
Del mismo modo, se espera que un hombre haga uso de su
baja paternal y que asuma el cuidado de los hijos mayores durante el tiempo que
dure la misma.
Nuevamente hablamos de normas sociales implícitas, si
bien observamos una diferencia en cuanto a las consecuencias concretas que
puede acarrear su vulneración.
En el caso de la norma social que entiende que la
mujer debe hacerse cargo de las tareas de cuidado y ser responsable de la
crianza, especialmente en su primera etapa, no hay argumentación posible que
defienda la vulneración de esta norma, inquebrantablemente la mujer que no lo
cumpla será tachada de egoísta y mala madre por su entorno (rechazo social),
agravando el peso de una culpabilidad que viene de serie con la condición de
mujer. Y puede ocurrir además, que nadie en su lugar ocupe esa tarea con el consiguiente
perjuicio para los menores o personas dependientes (institucionalización,
desatención, abandono…), de lo cual se hará directamente responsable a la
mujer.
Sin embargo, si un hombre vulnera las recientes normas
sociales en cuanto a las nuevas masculinidades relacionadas con la paternidad,
es posible que sufra alguna consecuencia, pero generalmente su conducta será
justificada con argumentos del tipo, “ya se sabe cómo son los hombres…”, “es
que no ha recibido la educación adecuada…”, “tiene que salir a ganarse el
pan…”, “los hombres no tienen el mismo vínculo con los hijos…”, etc.
Y con esta tendencia, alcanzamos la normalización como “proceso de creación
de las normas que regulan la conducta, la percepción, el pensamiento o los
deseos de las personas en una situación concreta” (Ibáñez. 2016). ¿Significa
esto que todas las normas sociales son justas? No, desgraciadamente, pero por
fortuna “las normas nacen, crecen, se expanden y mueren cuando ya no se
utilizan más” (Ibáñez. 2016).
Como sabemos, identidad social e identidad individual
no son realidades separables y por tanto no podemos dejar de considerar las
normas sociales como agente educador. Sin duda estas normas tanto implícitas,
como explícitas, generan un mensaje que supone un efecto en la creación de las
diferentes identidades, puesto que “la identidad es dependiente del abanico de
relaciones que ponemos en acción y de las diferentes situaciones en las que nos
hemos encontrado” (Ibáñez. 2016).
Sería entonces deseable cuestionarnos identidades como
la sexual, entendida como “cuestión cultural e ideológica, vinculada al control
social y a la reproducción del orden social instituido” (Ibáñez. 2016) y en
nombre de la cual se defiende y perpetúa el machismo en nuestra sociedad.
Si aceptamos al hombre como identidad no fija, ni
inmutable, cuyas acciones y opiniones son producto de la influencia social,
podemos poner nuestro esfuerzo, tanto hombres como mujeres, en revisar la norma
social, provocar cambios de rol sexual en el ámbito público (y no sólo
privado), generar relaciones basadas en la cooperación y el respeto, y
facilitar espacios de revisión personal.
“El individuo interpreta las situaciones sociales,
tiene capacidad de elección entre diferentes alternativas y genera proyectos
que en ocasiones contradicen o alteran las pautas socioculturales aprendidas e
imperantes” (Ibáñez. 2016).
Mayorías y
minorías
En el debate respecto al lugar que ocupan los hombres
en el movimiento feminista debemos diferenciar entre el grupo mayoritario de
hombres que defiende la sociedad patriarcal, o se beneficia de ella de forma
pasiva, y el grupo minoritario de hombres que trabaja por la igualdad.
A su vez, el grupo de mujeres feministas resulta
minoritario respecto al de hombres culturalmente convencionales, y mayoritario
respecto al grupo de hombres por la igualdad.
En cualquier caso, lo que está claro es que el valor
dominante en nuestra sociedad es el masculino y si queremos hacer valer el
derecho de las mujeres a vivir en una sociedad justa e igualitaria, se precisa
un cambio de mentalidad a este respecto.
La existencia de hombres que se plantean alternativas
identitarias podría parecer favorable inicialmente, si bien no debemos dejar de
mirarlo con lupa para que no se nos escapen contradicciones como “el excesivo
protagonismo, la escasa vinculación a las teorías feministas, el
heterocentrismo, el binarismo, o las resistencias a renunciar a los
privilegios” (Azpiazu. 2013). Deconstruir la masculinidad es necesario, pero
focalizar todas las miradas en ese objetivo pone de nuevo al hombre en el
centro de la ecuación, obviando la existencia de las mujeres, una vez más.
Si optamos por analizar el movimiento de hombres por
la igualdad, al margen de la opinión que nos despierte su existencia, deberemos
considerar que su estrategia de influencia como minoría innovadora cumple los
requisitos necesarios para conseguir la conversión de la mayoría:
- Cuestionan el patriarcado y
sus privilegios, ocasionalmente de forma pública, provocando un conflicto que
obliga a posicionarse.
- El conflicto se mantiene
abierto, manteniendo la coherencia en los argumentos.
- El grupo de hombres por la
igualdad se muestran autónomos y generan confianza. Su postura no se debe a
intereses personales, puesto que aparentemente están renunciando a sus
privilegios y argumentan un trabajo individual de autoconocimiento profundo.
- Tratándose de hombres, (a su
vez forman parte del grupo mayoritario en cuanto a sexo privilegiado), pueden
permitirse el lujo de mostrarse flexibles o rígidos en su estilo de
negociación, puesto que a priori no se están jugando la vida, (como las mujeres).
Pero, ¿qué hace realmente el grupo de hombres por la
igualdad? Según la Asociación de hombres por la igualdad de género (AHIGE),
defender que las políticas de igualdad destinadas a la protección de la mujer,
contribuye al mantenimiento de los estereotipos sexistas, perpetuando los roles
tradicionales de género, y provocando en los hombres un “alejamiento, recelo,
rechazo y resistencia” (AHIGE) hacia estas políticas aumentando la
conflictividad entre los sexos.
Así, su discurso pasa por proponer y abanderar la
necesidad de incluir a los hombres en los “objetivos y acciones de las
políticas de igualdad” mediante la “perspectiva integral de género”, cuya
premisa básica es que “todas las personas somos producto del Patriarcado”.
(AHIGE).
Parece que de acuerdo a este movimiento de hombres por
la igualdad, podemos observar una posición de éstos bastante victimista y con
intención de protagonismo que lo hace del todo incompatible con la lucha
feminista.
El feminismo requiere autonomía y no condescendencia;
apoyo y no protagonismo robado; aceptación, credibilidad, justicia y no lucha
de géneros.
Paradigmas de
poder
Existen dos paradigmas de poder entre los que podemos
situar las relaciones entre hombres y mujeres: el paradigma jurídico y el
paradigma estratégico.
Resulta difícil determinar cuál de los dos paradigmas
se acerca más a esta relación, por una parte el hecho de que la sociedad
patriarcal favorezca una posición de poder para los hombres respecto a las
mujeres, supone que efectivamente los
hombres poseen
ese poder y por tanto lo ejercen desde arriba como hombres, hacia abajo, donde
se sitúan las mujeres desprovistas de poder (paradigma jurídico).
Sin embargo, que los hombres tienen ese poder es circunstancial y responde a una cultura
determinada en una época concreta, donde la mujer ha interiorizado su
subordinación generalmente a través de la norma social, de modo que también
puede entenderse como una relación, una acción que los hombres llevan a cabo
contra las mujeres, no dejando espacios de libertad y determinando cómo se debe ser (paradigma
estratégico).
Por otra parte, si nos fijamos en la respuesta de los
grupos feministas a los intentos de construcción de nuevas masculinidades,
antes de determinar en qué paradigma lo situariamos, deberemos determinar si
aceptamos como representación de las nuevas masculinidades al grupo de hombres
por la igualdad, en cuyo caso el grupo feminista estaría mayoritariamente en
contra de esta construcción; o entendemos las nuevas masculinidades como el
ideal de rol masculino en una sociedad no patriarcal, sino realmente
igualitaria.
En el primer caso, dudamos de que el grupo feminista
ejerza un poder real más allá del rechazo, no obstante, cabe situarlo dentro
del paradigma estratégico puesto que el objetivo de este rechazo sería
controlar, vigilar, gestionar… sin excluir, tratando de formar nuevas
identidades en un mundo moderno.
En el segundo caso, no cabe paradigma de poder, sino
cooperación, igualdad y justicia (no legislativa, sino moral).
El reto debe ser el de construir un nuevo modelo
social. Para ello es fundamental que cada vez haya más hombres dispuestos a
cuestionar el modelo tradicional de masculinidad; a renunciar a los privilegios
que les pueda aportar el sistema patriarcal; y a comprometerse de forma activa,
junto a las mujeres, por la consecución de una nueva sociedad.
BIBLIOGRAFÍA
- Ibáñez, T. (Coord.) (2016). Fundamentos psicosociales del comportamiento humano, Ed. UOC.
Versión digital.
- Pikara. Riviere, J. (2014). De hombres y feminismos:
- Pikara. Azpiazu, J. (2013). ¿Qué hacemos con la masculinidad: reformarla, abolirla o transformarla?
- Pikara. Ledda, E. (2011). Oscar Guasch: “Ser macho mata”
- Pikara. Galofre, P. (2014). Pasar, ¡qué complicado!
- El Diario.es. Fernandez, J. (2014). Los hombres por la igualdad y lasfeministas, una relación complicada
- Monereo, C. (Univ. Málaga). Reflexiones críticas sobre igualdad de género a raíz del proyecto de
ley orgánica para la igualdad entre mujeres y hombres aprobada el 21 de
diciembre de 2006.
- AHIGE. Por una
igualdad inclusiva. La perspectiva integral de género.
- Emakunde. Instituto Vasco de la Mujer (2008). Los hombres, la igualdad y las nuevas
masculinidades.
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