Pequeña insurrección

Como madre de 5 criaturas homeschoolers, feminista, activista en torno al mundo de la educación y la maternidad, inconformista de nacimiento y profesional del mundo de lo social… tengo una imagen muy idealizada de lo que podrían ser los movimientos sociales y una triste visión de lo que en realidad son. Los movimientos sociales nacen siempre de una necesidad de cambio, generalmente con un gran impulso inicial y un posterior desenlace, o acomodamiento a la realidad circundante. No en vano, pretender generar el cambio en una sociedad caracterizada por su visible control social desde la infancia, con tendencia al sometimiento, es tarea harto difícil. Sobrevivir a la etapa de la escolarización obligatoria manteniendo un mínimo de espíritu crítico es ya todo un logro, pretender ejercerlo en grupo es toda una hazaña. Pero ocurre, y a veces se dan los movimientos sociales que siguen al hartazgo, al “basta ya”. Y ocurre que son personas quienes los forman, personas con experiencias vitales, co

Estaremos todos de acuerdo en que no hay progenitor al que no se le escape una sonrisa cuando escucha que su hijo es inteligente. La inteligencia está bien valorada, es una herramienta que te facilita la consecución de objetivos a corto plazo y la promesa de un nivel de vida deseable en el futuro. Pero también se pusieron muchas esperanzas en las carreras universitarias y aquí estamos. Ser inteligente está bien. Tener altas capacidades es otra cosa. Los detractores dirán que corresponde a una nueva etiqueta sacada de la manga para alimentar la meritocracia y justificar las desigualdades sociales en unos juegos del hambre de capaces contra mediocres. Tal vez. Posiblemente la tendencia competitiva de la sociedad actual nos lleva a clasificar potencialidades como filtro de entrada. A lo peor el sistema educativo requiere de peones clasificados con pos-its de colores. Aquí neurodivergentes, aquí neuronormativos, aquí movilidad reducida, aquí disruptores del clima. Aquí la reina, que re