¿Cuál es el compromiso pedagógico, ético y político que hay en toda acción sociocultural?

“Para escapar de su miserable suerte, el pueblo tiene tres caminos:
Dos imaginarios y uno real.
Los dos primeros son la taberna y la iglesia.
El tercero la revolución social.”
Mijail Bakunin


Resumen

A través del concepto cultura nos planteamos en qué punto se encuentra nuestra sociedad respecto a la interdependencia con la administración. Qué cambios deseamos y necesitamos generar ante el panorama existente. Y qué lugar queremos ocupar desde nuestro compromiso con la sociedad.
 
Políticas culturales

El concepto cultura todavía disfruta de una connotación positiva allá donde es nombrado, tanto da si se crea, como si se consume. Parece deseable su existencia.

Si aceptamos que debe existir por el bien de la ciudadanía, cabe pensar que la administración debe facilitar su creación, difusión y/o consumo. Aparece la política cultural, entendida como “conjunto de prácticas sociales conscientes y deliberadas, de intervenciones que tienen como objetivo satisfacer ciertas necesidades culturales mediante el empleo óptimo de todos los recursos libres y humanos de que dispone una sociedad en ese momento” (Fernández Prado, 1991. Referenciado por Soler, P. (Coord.), 2013).

Así, esperamos que la administración, a través de sus políticas facilite la transmisión de la cultura de un modo integrador, a nivel colectivo e individual. Y que además, estimule la libertad de expresión y el espíritu crítico. O sea, que supongan la semilla que germinará en forma de proyectos comunitarios.

 ¿Seguimos esperando?, ¿o empezamos con el ejercicio de aceptación de la realidad y asunción de responsabilidades?

Dosis de realidad

No podemos olvidar que “nos enfrentamos a la enorme capacidad del capitalismo para apropiarse de los términos, incluso los que tuvieron origen en los márgenes desde los que se opone resistencia, y resignificarlos de acuerdo a sus propios intereses”. (Pérez, A. 2017).

Nos movemos en una sociedad patriarcal, basada en el individualismo y el consumismo. Las mujeres crecen asustadas por las escalofriantes cifras de violencia de género al tiempo que reciben mensajes sobre el amor romántico de color purpurina. Se embarcan en relaciones desiguales y tienen hijos en instituciones sanitarias presumiblemente seguras donde sufren violencia obstétrica y se las infantiliza.

A continuación, los niños de nuestra sociedad son tempranamente institucionalizados en espacios donde se les adoctrina para obedecer a la autoridad sin rechistar, renunciando a su capacidad creativa, la seguridad en sí mismos y cualquier atisbo de empoderamiento y/o espíritu crítico. Crecen interiorizando que pensar de manera autónoma es faltar a su responsabilidad como estudiantes. “La guerra que se está luchando hoy es una guerra de prohibición”. (Lessig, L. 2005).

Si logran adaptarse, terminarán su etapa de escolarización obligatoria (sí, obligatoria), y accederán a cualquier estudio que creerán haber elegido haciendo uso de su presunta libertad de elección. Y de acuerdo al ciclo natural, entrarán en el mundo laboral, empezarán una relación desigual y comenzará de nuevo el círculo.

Si a lo largo de este ciclo alguien osa salir de la rueda de hamster, sufrirá el peso de una sociedad cuya cultura está plagada de costumbres inquebrantables, porque siempre se ha hecho así… “tenemos que hacer un esfuerzo personal enorme, para intentar en la medida de nuestras posibilidades, no reproducir las personalidades que nos dicta el capitalismo”. (Rodríguez, M. 2014).

Un pequeño porcentaje de la población asumirá el rol de educador social, y con él la responsabilidad de dar respuesta a esas políticas culturales que perpetúan la existencia de un rail del que no debemos salir, alimentando la dependencia con la administración.

Autogestión y cooperación

¿Quiere decir esto que el cambio no es posible? No, al contrario, quiere decir que conociendo la realidad estamos a tiempo de huir del conformismo. Estamos a tiempo de romper con la administración y generar una autogestión real, entendida como “la posibilidad de que todas las personas, especialmente aquellas que se encuentran en situación de opresión, puedan organizarse de forma cooperativa y movilizarse para satisfacer sus necesidades individuales y sociales sin las interferencias de las estructuras de poder capitalistas”. (Pérez, A. 2017). No podemos seguir delegando en otros el gobierno de nuestra libertad y consumiendo una cultura que ni nos representa, ni nos empodera. “El exceso de regulación ahoga la creatividad. Asfixia la innovación. Les da a los dinosaurios derecho a veto sobre el futuro”. (Lessig, L. 2005).

Tal vez sería bueno empezar por preguntarnos qué cultura deseamos transmitir. ¿Por qué no sentirnos representados por la cultura de la cooperación, las redes de apoyo, la crianza colectiva, la autogestión, el espíritu crítico, la libertad de expresión, la insurrección, el inconformismo, la confianza en las capacidades innatas…?, ¿Por qué no generar un cambio cultural de la cultura?
 
Impulsar procesos de democratización de la cultura cuyo “objetivo es que los bienes culturales (cultura como arte y patrimonio) lleguen a toda la población” (Soler, P. 2013); y aspirar a una democracia cultural según la cual “son más importantes los procesos que los productos culturales” (Soler, P. 2013), es tan buena idea como hacer uso de los equipamientos municipales. Cualquier recurso es bueno, siempre que no perdamos de vista el objetivo, ejercer una función intermediadora que nos acerque a la independencia como colectivo, a la integración de las minorías, a la autodeterminación comunitaria, a la cultura como experiencia de vida.

“No recuperaremos una cultura libre solamente con acciones individuales. Precisará también importantes reformas legales (...). Pero eso también significa que tenemos tiempo para concienciar a la gente con respecto a los cambios que necesitamos”. (Lessig, L. 2005).

Posiblemente incurramos en contradicciones. Buscamos nuevas formas de difundir, producir y generar cultura, provocar la participación ciudadana, conquistar el espacio público y para ello, además de usar la “cultura libre como vocación de transformación social” (Meixide, A. 2016), precisamos recursos económicos. Habrá que ser creativos.

La tarea del educador social

Y, ¿cuál debe ser la función del educador social en esta tarea de tremenda envergadura?. Resaltemos el carácter pedagógico de la profesión, “generadora de contextos educativos y acciones mediadoras y formativas” (Asedes).”Educadores, educadoras y trabajadores y trabajadoras culturales necesitan establecer la prioridad de la ética y justicia social por encima de la lógica del mercado y lenguaje del individualismo excesivo” (Giroux, H.).

“Como elemento definidor de la política y pedagogía, la esperanza para muchos trabajadores y trabajadoras culturales siempre significó escuchar a, y trabajar con, los pobres y otros colectivos excluidos para que pudiesen tener voz y voto y cambiar las relaciones opresivas del poder”. (Giroux, H.).

Convirtamos al educador social en agente de construcción de la democracia, de la libertad. Generemos un contexto de cuestionamiento, donde asumamos el papel de intermediarios, permitamos que no todo valga, ofreciendo a la falta de movimiento espontáneo, espacios de cultura colaborativa. “Este movimiento debe empezar en la calle. Debe reclutar un número significativo de padres, profesores, bibliotecarios, creadores, autores, músicos, cineastas, científicos, –para que todos ellos cuenten esta historia con sus propias palabras, y para que les expliquen a sus vecinos por qué esta batalla es tan importante”. (Lessig, L. 2005).

“Si queremos una sociedad nueva, es preciso educar personas capaces de crearla y vivir en ella, personas libres, rebeldes ante la injusticia y capaces de tomar conciencia de la necesidad de revolución. Sin un movimiento de ideas compartidas no se pueden producir ni mantener las grandes transformaciones sociopolíticas”. (Giroux, H.).

¿Cuál será entonces el compromiso pedagógico, ético y político que escogemos abanderar en nuestra acción sociocultural? La insurrección, sin lugar a dudas, como forma de resistir desde la cultura.

 

 
BIBLIOGRAFÍA:
  • Soler, P. (Coord.) (2013). "La animación sociocultural. Una estrategia para el desarrollo y el empoderamiento de comunidades", Ed. UOC. Versión digital.
  • ASEDES. (2007). "Documentos profesionalizadores":
  • Comité Invisible. (2015). "A nuestros amigos". Ed. Pepitas de Calabaza.
  • Font, J.; Ojeda, E.; Oliveras, J.; Urbano, X. (2016). "Apuntes para pensar la soberanía cultural" Ed. Indigestió.
  • Meixidie, A. "Ponencias del Congreso Online de Gestión Cultural 2016"
  • Lessig, L. (2005). "Cultura libre. Cómo los grandes medios usan la tecnología y las leyes para encerrar la cultura y controlar la creatividad". Ed. LOM
  • Giroux, H. "Pedagogía crítica". Universidad del Estado de Pennsylvania
  • Pérez, A. (2017). “La pedagogía libertaria como elección política”, como parte del libro “Educación sin propiedad. Con escuela y sin escuela nunca nos dejan hacer lo que queremos”. Encina, J. (publicación prevista 2018). Ed. Volapuk.
  • Rodríguez, M. (2014) “Dejadnos aprender. Reflexiones desde la pedagogía libertaria”. Ed. Volapuk.

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